Vale que hay que cuidar la presentación de los platos, que la comida entra por los ojos y que nos llama mucho más un helado de vivos colores que un plato de descoloridas alubias. Pero hay casos extremos, casos en los que los platos son taaan bonitos que hasta nos da pena comerlos. ¿No os ha pasado nunca?
Por eso en este post quise hacer un repaso de esos platos de belleza superior que incluso pueden entrar en conflicto con nuestras ganas de comer:
- Los cupcakes: creo que no he visto comida más tonta que los cupcakes (excepto el pan con pan, como dice el refrán, aunque a mí me encanta solo). Me dan rabia estos pastelitos porque tienen un aspecto delicioso pero luego no son más que mantequilla y azúcar. Una magdalena como otra cualquiera, vestida con plastilina comestible de colores, una moda que se ha extendido hasta límites insospechados. Pero al margen de mis gustos particulares, sería incapaz de comer alguno de esos cupcakes que están decorados con tanto mimo.
- Platos para niños: Que levante la mano quien no haya hecho alguna vez una cara con la comida que tenía en el plato: el arroz es el pelo, las aceitunas serán los ojitos, el tomate los coloretes y con los guisantes haremos la boca. Incluso en esto existen aficionados y maestros, porque hay madres que se lo curran mucho y convierten los platos de comida en dibujos animados adorables. Y claro, llega el niño y no se come su plato porque no quiere «matar» al muñequito, ¿quién sería tan cruel?
- El oro comestible: sibaritas hay en todos lados, pero esto de poner metales preciosos en las comidas me parece la pijada máxima. ¡Atención, presentamos el pastel más caro del mundo! ¡Lleva láminas de oro! Sí, sí, muy bonito pero ¿el pastel está bueno? Porque yo el oro lo fundo y me hago una pulsera, mejor… Este tipo de platos, más que pena, da lástima comerlos. Pensar que hay quien se muere de hambre…
- Las tartas fondant: si ya me daría pena comer ciertos cupcakes decorados, imaginaos las tartas fondant. Si me regalan una por mi cumpleaños no sería capaz de pincharle el cuchillo. He aquí un ejemplo maravilloso de una tarta fondant del blog Azúcar con Amor, nadie en su sano juicio podría hincarle el diente a esa obra de arte. ¡Estuvo modelando el muñeco durante cuatro días! O esta de la foto de abajo, que encontré en un escaparate de Roma.
- Algo cocinado por nosotros: pasa como con los niños, los ves y piensas que el tuyo es el más bonito del mundo. Qué orgulloso se siente uno cuando un plato nos queda bien, al menos a la vista, porque el sabor ya es otro cantar. Ocurre especialmente con los postres más laboriosos y en concreto con uno que se suele resistir al principio: los bizcochos. Con lo que cuesta que suba un bizcocho, cuando por fin lo consigues es como para emocionarse. Aquí os muestro orgullosa la foto de uno de mis postres caseros: la tarta de limón y merengue, que pese a ser la primera vez, ¡me salió buenísima!
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Yo si estoy delante de un plato e esos y tengo hambre, ya puede tener la foto de mi hijo que me lo como… soy peor que Joey con la comida.
Mi gusta el nuevo tema, mas claro, más luminoso
jajaja qué poca piedad! 🙂
Pues a mi no me da pena comer nada xD
En todo caso, antes de comerlo, le saco una foto para recordarlo y ya 😛
jeje lo de la foto es una buena solución, sí! Y así lo documentas en el blog 😉
El plato de arroz para niños sí que me daría pena comerlo, pero la tarta de limón y merengue ya sabes que no :p
¡ÑAM!
La tarta de limón no te duraría un segundo, es verdad 🙂