El Salterio es un rincón gastronómico que se asemeja a una cueva sacada de una fábula arabesca. Sus luces tenues, sus pasteles árabes y el aroma de los tés que sirven, te envuelven como si se parase el mundo por un momento. Es un lugar de calma entre el amasijo de calles del Barrio Gótico de Barcelona, uno de esos sitios que no quieres que se hagan demasiado famosos, para que no estropeen su magia. Me lo descubrieron después de haber vivido muuuuchos años en Barcelona y pensé «¿cómo es posible que yo no conociera este tesoro?
El local es muy pequeño y alargado, con techos antiguos de madera y paredes con piedra vista, que le dan un encanto insuperable. Las lámparas de luces anaranjadas, la música, el olor a té y la amabilidad del personal, hacen el resto. No había probado aún la comida y ya quería volver.
Cuando entras, percibes que la vida en el Salterio va a un ritmo diferente. Veo a una chica lavar con calma unas verduras, mientras que el hombre que lleva media vida trabajando aquí, seca una a una las tazas de té que después se servirán en las mesas. Mi mirada se desvía hacia una bandeja tapada con una cúpula de cristal, donde se amontonan unos pastelillos árabes, cada uno diferente del de al lado.
Nuestra comida en la Tetería Salterio
Lo típico de esta tetería-restaurante son los sardos, un plato típico de Cerdeña que consiste en dos panes muy finos (elaborados con harina de trigo duro, agua y sal, con una lenta fermentación con levadura madre y que se cuecen en horno de leña), que se rellenan de diferentes ingredientes. Por ejemplo, el «sardo clásico» con tomate, queso, albahaca y olivas; o el «sardo de pesto», con champiñones, queso, olivas y deliciosa salsa pesto.
De entrante puedes elegir una de sus ricas ensaladas. Nosotros probamos la ensalada de radiccio con lechuga, tomate, queso, olivas y pan árabe, que estaba riquísima y muy fresca. Y las «berenjenas al Salmorillo», cocinadas a la plancha con pesto, sésamo y pan árabe; muy cremosas.
De segundo elegimos el «sardo vegetariano» con calabacín, espinacas, berenjena, cebolla, champiñones, queso y nueces. Son bastante grandes, y como habíamos pedidos entrantes, lo compartimos entre dos personas. No sé cómo describirlo, es un plato súper sabroso, ligero y adictivo, que apetece a cualquier hora.
Y para terminar, unos pastelitos orientales variados, acompañados de un té de canela y romero. Uno de entre los muchos que verás en la carta, y que sirven en una preciosa jarra metálica de estilo árabe.
Os recomiendo ir con reserva, sobre todo si vais con un grupo de personas, ya que el local es muy pequeñito y puede que no haya sitio. Además, a veces hay menos mesas disponibles porque algunos días hay actuaciones musicales, toda una oportunidad para disfrutar de su deliciosa comida escuchando música en directo. ¡Todo un privilegio!