Era la segunda vez que visitábamos Sant Feliu de Guixols, y encontrarnos con este restaurante fue una bendita casualidad. El Ginjoler es un restaurante instalado en el antiguo monasterio de unos monjes benedictinos, que lo ocuparon hasta 1835. Un entorno campestre precioso donde podrás disfrutar de una comida maravillosa. Toda una sorpresa.
El restaurante está situado en el mismo comedor en el que cocinaban los monjes. Por eso, para mantener la esencia del lugar y como señal de respeto, te darás cuenta que no hay hilo musical. Es un homenaje al voto de silencio de aquellos monjes, y te permitirá centrar todos tus sentidos en los platos que vas a probar.
La carta no es muy extensa, pero no hace falta. Todos los platos que probamos eran perfectos, bien cocinados, originales y con una presentación excelente. Y hay que hacer una mención especial a la amabilidad de María, la camarera que nos atendió y a Carme, una de las dueñas del restaurante, que vino al final a preguntarnos si nos había gustado la comida. Da gusto encontrar a gente así que te transmite amor por la cocina.
Nuestra comida en El Ginjoler
Todo empezó con un aperitivo invitación de la casa, un pan de coca con fuet y una cesta de originales chips de bacalao, de calamar y de azafrán. Y justo después llegaron los entrantes que habíamos pedido: primero un delicioso guacamole de guisantes y unos buñuelos de bacalao con pasas y salsa de ajo negro.
No suelo pedir buñuelos en ningún sitio, porque normalmente son bastante aceitosos, pero estos nos parecieron originales y fueron un acierto total. Además de una fritura en su punto, la salsa de ajo negro tenía el toque dulce de las pasas que combinaba a la perfección.
Como platos principales elegimos carne y pescado. Por un lado el bacalao de Cuaresma con pasas, huevo y espinacas, que venía servido sobre una salsa dulzona que contrastaba con el salado del bacalao, cocinado en su punto. Y por otro lado el cabrito y parmentier de queso cremoso Mas Alba, exquisito. Una carne tiernísima acompañada de la suavidad del parmentier y unas verduritas braseadas.
Al principio no pensábamos pedir postre, pero dado el nivelazo de los platos, no nos lo podíamos perder. Nos atrevimos con lo más original de la carta, la «ginestada» con almendra, limón, azafrán, pera y dátil. La ginestada es una flor amarilla que crece en las montañas y este postre era una combinación de texturas donde predominada ese intenso color.
Solo hace falta ver la foto para imaginarse la maravilla que era este postre. Texturas de bizcocho esponjoso y cremas con sabores que recordaban al mazapán y otros con un toque cítrico. Para repetir a ciegas la próxima vez.
Además tienen una acogedora zona de terraza, donde se puede comer cuando hace buen tiempo, contemplando las pareces centenarias del monasterio. Un rincón de calma alejado del núcleo urbano del pueblo, que se presta a celebrar eventos (porque también ofrecen servicio de catering), cenas con amigos o simplemente una cena romántica con tu pareja.
Sin duda, El Ginjoler es el restaurante al que quiero volver en la próxima visita a Sant Feliu. ¡Súper recomendable!